martes, octubre 11, 2005

Caminando

Hacia la calle Venustiano Carranza, prócer viril que no hace turbamulta ni en Cuatrociénegas, hacia la calle digo, tomando Guachinton por la derecha o la izquierda, siniestra o la de dios según se vea, están los arcos que guarecen sendos camposantos. Uno El Roble, el otro El Carmen.

Si tan solo estuvieran los muchachos, algunos mozalbetes con tensión en las mejillas y la pierna aderezada sobre una barda impronunciable; si acaso pudiera oir sus risas desde lejos, su castañear los dientes una amapola entre los labios.

Uno camina derecho y se abre una capilla. Uno toma por el lado de las tumbas menos generosas hasta donde haya un Cuitláhuac un Eduardo, como usted quiera, un hombre que soñó batallas y que fue hilando fino pequeñas elegías para hombres mayores, con tino y sin una amapola entre los labios.

Ahí está la tumba. En la internet se puede encontrar una pequeña fotografía aérea, satelital o lo que usted quiera.

Dice el epitafio: aquí yace Cuitláhuac o Eduardo, nunca se supo.

Lo demás no se puede leer: hay tantos nombres en esta tumba.