martes, noviembre 06, 2007

Volver a la realidad


Una reunión de cuentos siempre me ha parecido una suerte de mapa donde figuran reinos, soberanías, altiplanos, mesetas. Una reunión, que además distingue su hechura a raíz de la prodigalidad de sus autores, constituye aparte de una propuesta de lectura entretenida y diversa, un mapa más completo en el que habrá de distinguir las rías de lo estético, los caminos narrativos y filosóficos, el tiempo y desfile de alegorías y metáforas que ponen de frente y de lado a la naturaleza humana, sus dramas e intersticios, sus vilipendios, sus ultrajes contra los semejantes.
Este mapa que edita Nadine Gordimer y cuyo título ContarCuentos de sencillo alumbra y provoca, acaso revele a través de 21 de sus mapas narrativos, la imperiosa necesidad del género humano por ocurrir a la ficción y por ocupar otro lugar, por estar en otro lado. La industria del entretenimiento, sin embargo, ha dado cuenta de qué tan necesaria se nos hace la escapatoria. Pero a diferencia del monstruo mediático, la literatura, al hundirnos en la ficción y sus arterias anecdóticas, al hacernos vivir en otro lado, curiosamente, nos devuelve, no sin cierto descorazonamiento, a una realidad funesta como la que de cierto vivimos. La literatura, al hundirnos en la ficción, no nos hace el mundo más habitable, acaso nos provea de una conciencia mayor sobre el mundo.
Esta conciencia del mundo, en ContarCuentos, tiene 21 rutas como sus correspondientes autores; así, podemos andar con un anuncio de periódico en la mano y discurrir por las calles de Brooklyn en busca de un perro como de nuestra identidad. El autor de Las Brujas de Salem hace de la escritura un revólver cotidiano, propio del realismo de su país; Arthur Miller refrenda lo que ya sabíamos: haz de luz que hace del mundo intimista un retrato de la realidad. Del otro lado, hay quien juega con la ficción para depositarnos en el intestino mismo del mito. José Saramago nos sitúa, con el cuento Centauro, en el momento agónico de los mitos fundadores, y esa agonía pasa por el nacimiento de la ficción literaria. No es casual que el hombre-caballo mitológico, a salvo por miles de años de la depredación humana, antes de su muerte, se encuentre brevemente con el Quijote, loco enfurecido en lid con los molinos de viento. Una vez que el hidalgo se ha ido a nuevas andanzas, el centauro termina por humillar al enemigo al destrozar sus aspas y finiquitar la empresa. Es el cruce entre el mito y la ficción. El Centauro, sempiterno soñador, un día no soñará más porque un día, después de miles de años huyendo, encontrará una mujer de esas más para andar desnudas que vestidas, y copulará con ella, ése día, acaba el mito y comienza la historia. El centauro muere en la medida en que muere el mito, y al mismo tiempo, nace la ficción.
Acostumbrados a las historias de García Márquez, con su Macondo enfebrecido por los libros, máquina de historias macondeñas, el colombiano nos ofrece un cuento que bien puede orearse, un cuento pasado por agua, para hacerse tibio a la luz de la época, un cuento que nos recuerda que en América Latina, los políticos siguen siendo una mierda, y se siguen quedando solos, furibundos en su terrible desazón.
Günter Grass es otro mapa en esta reunión. Nadie puede ignorar que la literatura de Grass es, a la luz de su biografía Pelando la Cebolla, un constante debate ético, una vergüenza por el horror de la guerra y su rabiosa escalada de sangre. Günter, el polaco alemán que perteneció a las S.S. de Hitler, y cuya confesión nos llega después de sesenta años, se restituye en la literatura y ahora también en esta reunión de cuentos, con una historia entre dos escritores contrapuestos en un momento específico de sus vidas. Erich María Remarque, obstinado crítico del nacional socialismo y Ernest Jünger, germanófilo por mucho tiempo y admirador de la militaria. En este tramo narrativo, ambos dan cuenta de los horrores de la guerra con un ánimo desprovisto de empacho. Ambos, contrapuestos en sus fervores ideológicos, semejantes sin embargo en su mórbida precisión al describir los entresijos del gas mostaza, del napalm, de las trincheras aturdidas de muertos. Günter insiste en el debate ético y de su literatura ha hecho mas que un mea culpa, una larga disquisición entre el lenguaje y el poder.
He dicho antes que este libro es un mapa completo. La diversidad de lo que reúne, nos hace recalar en que no hay una literatura global ni mucho menos. Cada uno de sus autores celebra de manera distinta el lenguaje y propone rutas de navegación hacia el puerto de lo que Malraux llamó la condición humana. Esta idea de que no hay una literatura global, acaso eche por tierra las pretensiones de algunas casas editoras de que los estilos literarios van homogeneizándose y de que las estéticas van asumiendo cada vez más un solo tono. Por el contrario, ContarCuentos nos permite viajar por los retablos del lenguaje en Saramago; acompañar la ironía siempre eficaz de Salman Rusdhie; satisfacer la sed en el abrevadero cotidiano de Arthur Miller. Lo que viene a demostrar esta edición de Nadine Gordimer, es que la literatura se ha resistido a los encantamientos de la homogeneidad, a los history telling a la Vargas Llosa. Este libro, nos informa la muy buena salud de la que goza el arte escrito, sus vaivenes, su regocijante diversidad, y también, cómo la literatura sigue señalando el drama humano a partir de su interpretación de la historia. El escritor sigue siendo un testigo de su tiempo y en él invierte buena parte de sus fuerzas. “La metáforas nos atrapan, nos transfiguran y revelan el significado de nuestras vidas” -escribe Salman Rusdhie- en un cuento que recorre las venas abiertas de una India aún contradictoria entre la modernidad de su comercio, y la indigencia de sus campos. El cuento de Rusdhie refleja en gran medida la índole de esta reunión de historias: historias que nos transfiguran y revelan el significado de nuestras vidas.

CONTARCUENTOS, NADINE GORDIMER, EDITORA
SEXTO PISO EDITORIAL
FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO MONTERREY 2007

lunes, noviembre 05, 2007

La migración diluida


“Con la instalación de figuras humanas manufacturadas en barro y de tamaño natural, el artista oaxaqueño Alejandro Santiago aborda el tema de la diversidad cultural, representando el fenómeno de la migración de los pueblos del sureste mexicano y el desplazamiento de su herencia cultural hacia las grandes metrópolis”. Así reza la descripción en la página del Fórum Universal de las Culturas de la exposición del artista oriundo de Teococuilco en la Sierra Norte de Oaxaca. El propio Santiago ha sido testigo del vaciamiento de su pueblo por la migración hacia los Estados Unidos y con este trabajo planteó su protesta. Hace tres años comenzó 2501 migrantes, como le llamó a este proyecto de gran envergadura. Lo primero que hizo fue llevarlo a su pueblo y disponer cada figura de barro en cada patio, en cada zaguán, en cada casa de Teococuilco.
Las líneas anteriores nos sirven para proponer una ruta de reflexión sobre la libertad de expresión. Y es que en México el análisis de la libertad de expresión no puede entenderse como una sola, sino a partir de ciertos niveles de libertad como de ciertas expresiones libres. El caso del escultor Santiago es pertinente en la medida que representa un caso de libertad de expresión reducida a un ámbito específico, el de los migrantes, y a un escenario donde se manifiesta la expresión.
Disponer las figuras de barro que representan a los migrantes idos de Teococuilco, constituye un ejercicio de expresión que encarna también un discurso político, además de estético. Estas figuras vienen a proponer con su materialidad, con su contundencia de barro, lo que no está allí de cuerpo y sí en calidad fantasmática. Las figuras recuerdan a quienes se han ido del mismo modo terrible que el de aquellas fotos de niños muertos de principios del siglo XX. Pero Teococuilco es un pueblo más bien pequeño, el ámbito de la intentona estética de Santiago se cumple –finalmente la gente del pueblo serrano asiste al ver a aquellas figuras de barro, a la noción de vaciamiento del que es objeto el pueblo mismo. Pero hasta allí. Más adelante, Santiago encontrará otro ámbito, el de la Ciudad de Monterrey, donde la expresión se verá reducida a un parque cuyas entrañas aún albergan los desechos tóxicos de la antigua fundidora de fierro y acero. En este basurero cuyo contenido letal estuvo a la vista de los regiomontanos por muchos años y ahora está cubierto por cinco pulgadas de tierra negra y una de pasto inglés, se exhibe 2501 migrantes. No hay aquí quién reconozca la naturaleza fantasmática antes dicha, ni mucho menos quién apropie el vaciamiento de Teococuilco. Aquella libertad de expresión del escultor se ha diluído en Monterrey en la medida en que ha dejado de ser visible. Y es aquí donde me gustaría recalar. Lo que por principio era una dura crítica del vaciamiento de un pueblo que busca mejorar sus condiciones de vida porque México no puede satisfacerlas, lo que por principio resultaba el botón de muestra de la terrible desapacición territorial de una cultura, en Monterrey, al verse reducida en un espacio artificial, tóxico y maquillado, deviene una mascarada.
Hubiera sido interesante disponer las figuras de barro a lo largo de la avenida constitución, incluso entre sus carriles, e ir dando testimonio cómo los automovilistas daban con ellas y las hacía añicos: nada más terrible y más libre de expresión que el azoro de la clase media regiomontana que atropellando fantasmas, hombres idos, trágicos rostros de la desaparición de una cultura y una lengua que ahora masculla inglés y compra pizas para el domingo.